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sábado, 15 de marzo de 2008

Expresar y recrear pasiones: Sandro Cohen




Mi vida en New Jersey era convencional, de clase media, entre urbana y suburbana, sin mayor relieve, salvo por el hecho de estar tan cerca de Nueva York. Yo salí del estado para venir a México cuando tenía todavía 19 años, y entonces todo cambió…
Sandro Cohen nació el 27 de septiembre de 1953 en Estados Unidos. Es escritor –desde los ocho años--, crítico literario, columnista y editor. Llegó a México en 1973, y es mexicano por naturalización desde 1982.
Las oficinas de Editorial Colibrí en la Nueva Santa María son el lugar de trabajo de Sandro, pero también el espacio donde practica su pasión: tocar el piano. La pequeña habitación está dividida en dos por un librero. En la primera parte hay una sala, una torre de discos, un mueble lleno de libros apilados y distintos adornos; en la otra, los colaboradores de Sandro trabajan y conversan. Las paredes están tapizadas con carteles que anuncian los productos y eventos de Editorial Colibrí. El piano negro ocupa casi la mitad de una de ellas.
Vine a México para estudiar español y literatura americana. Ya varias veces había viajado como escritor mexicano, representando a México, pero con pasaporte de Estados Unidos y yo no me sentía de Estados Unidos. Me sentía en cambio plenamente identificado con la problemática mexicana, la cultura mexicana y, si yo iba a representarla en el extranjero, me parecía que tenía sentido hacerlo como mexicano. Eso debía hacer, y lo hice.
Fue en México donde tuvo la oportunidad de incursionar en el ambiente periodístico. Sus colaboraciones en prensa escrita revelan la variedad de géneros en los que ha incursionado. Empecé en El Nacional, que ya no existe; hacía notas sobre discos. Luego en Excélsior, en el suplemento con Emilio Valadés, en El Universal con Gustavo Sáinz y en el Uno más Uno durante muchos años con Humberto Bátiz, tanto en el diario como en el suplemento Sábado. Escribía crónica urbana, reseña de libros y una columna de opinión sobre cultura, parecida a la que escribo en Milenio actualmente. Luego colaboré en La Jornada, en muchas revistas también, y actualmente en Milenio. Su columna, Caja de resonancia, en donde trata los más diversos temas, se publica cada sábado en el suplemento cultural Laberinto. Para él, una de las mejores maneras que el ser humano tiene de conocerse es a través de la escritura, pues ésta refleja nuestra alma en toda su dimensión, según el columnista.
Sandro Cohen estudió letras hispánicas.
Me gustaba, me gustaba lo que había leído y quería leer más, saber más, conocer a escritores mexicanos. Acerca de los autores que más le gustan, dice: la lista se incrementa constantemente. Si me preguntas hoy, diré cuatro, cinco o seis autores; si me preguntas dentro de 15 días, serán otros; si me preguntas en cinco años, serán otros por completo… los autores que en un momento dado son los que le dicen algo a uno. Puedo decir que en este momento autores como Flaubert me interesan mucho. Stendhal me interesa mucho y son del siglo XIX. Vuelvo a la poesía de los siglos de oro siempre con muchísimo gusto y trato de leer a aquellos autores que realmente tienen algo que decirme en este momento. Leo mucho y gran parte de lo que leo es superficial: no merece siquiera que pierda el tiempo con ello. - ¿Por qué lo lees?
Por obligación, por profesionalismo, pero cuando leo por gusto trato de que sean obras que realmente me digan algo.
Antes de responder a cada pregunta, Sandro permanece pensativo, dirigiendo sus ojos verdes hacia otro lado. Después, a veces dando un gran suspiro, comienza a hablar. Al verlo, sus rasgos físicos delatan su lugar de nacimiento: mide aproximadamente 1.80, es blanco, de cabello rubio, por el que siempre se está pasando la mano peinándoselo hacia atrás. Habla perfectamente el español y, aunque plenamente identificado con México, su estilo sigue revelando su origen: no es cálido como la mayoría de los mexicanos, sino más bien serio y reservado. Sin embargo, el humor, irremediablemente norteamericano, se revela como uno de sus característicos rasgos.

Maestro de redacción
Me invitaron. Yo estaba en el Colegio de México en el departamento de publicaciones. Una compañera del doctorado en la UNAM estaba dando clases en la UAM. Necesitaban profesores, y dije que sí me interesaba. Entonces hice el examen de oposición y lo gané. Esto fue en 1980. Ahora, Sandro Cohen lleva casi 25 años dando clases de redacción en la Universidad Autónoma Metropolitana.
Un amigo me decía “¿por qué no haces tu libro?” porque me quejaba de los libros que había y un día lo hice. Aproveché una huelga que hubo en la UAM que duró seis semanas para hacer el borrador de la primera edición. Me tarde mucho más para corregirlo, muchísimo más, pero escribí el primer borrador en seis semanas.
- ¿Cuánto tardaste en completarlo?
Más de un año.
Sandro Cohen publicó su libro Redacción sin dolor en 1994, el cual acaba de ser reeditado por cuarta ocasión.
Mi método es concienciar al alumno para que entienda que la escritura es un ejercicio analítico, que es un ejercicio del pensamiento. No es cuestión de copiar las palabras por escrito que hubiéramos dicho en voz alta. Es muy diferente.
En términos técnicos enseño teoría de la oración: cómo se construyen las oraciones que utilizamos, cuáles son sus partes, cómo se relacionan, cómo se relacionan las oraciones entre sí, cómo combinarlas de manera eficaz para que digan lo que nosotros queremos decir. Esto es lo que propongo hacer.
- ¿Cuál has detectado que es el mayor problema al redactar?
No saber pensar claramente, no saber organizar los pensamientos y no diferenciar el lenguaje hablado del escrito.
Tuve un alumno que me juraba que el no tenía que aprender redacción ni ortografía, que para eso iba a tener secretaria. Gente así nunca aprende.
Lo que más me gusta (de dar clases) es lo que aprendo, porque siempre aprendo algo.

Lejos del paraíso
Después de publicar varios libros de poesía como De noble origen desdichado (1979) y Línea de Fuego (1986), entre otros, Sandro Cohen escribe su primera novela: Lejos del paraíso (1997). En ella recrea la ciudad de Cívica, lugar donde el clima es perfecto, todos gozan de trabajo y seguridad gracias al desarrollo tecnológico, y los libros ya no son necesarios. El placer se experimenta virtualmente. Nálogos es la ciudad atrasada, donde están los excluidos. Es ahí donde Ariel comienza a descubrir un mundo que ya había sido olvidado.
Necesidades expresivas: yo quería decir algo que no podía decir en verso porque no era eficiente o eficaz decirlo en verso. Había que contar una historia. Entonces decidí contar una historia.
- ¿Partiste de una realidad específica para crear en tu obra las ciudades de Cívica y Nálogos?
Sí, la Ciudad de México.
Cívica es una ciudad muy parecida a la Nueva Santa Fe. Habría que imaginar una Santa Fe terminada, con domo, aparte del resto de la ciudad con su propio sistema de transporte, su propio gobierno, su propia gente… bardeada. Esta es la idea.
No hay nada en Lejos del paraíso que no exista ahora en México. No, esto no va a pasar. Es una alegoría de lo que sucede actualmente. No es lo que vaya a pasar: ya pasó. No es que no existan libros, es que para mucha gente no existen los libros. No hay que inventarlo. Para millones y millones de mexicanos, los libros no existen, igual que en Nálogos y en Cívica. Para millones y millones de mexicanos la tecnología digital no existe también. Lo único que hice fue disfrazarlo un poco. No es que lo que sucede en la novela vaya a suceder en el futuro. Ya sucedió, es lo que vivimos actualmente.
-En el transcurso de la novela, Ariel va descubriendo la literatura, la poesía, los libros. ¿Eso refleja tu propio descubrimiento?
Totalmente.
Estaba a punto de no incluirlo, de eliminar todos los capítulos con letra que son las reflexiones de Ariel en primera persona y, antes de hacerlo, le di el libro a varias personas para leer. Una de las preguntas que hice fue ¿te parecería mejor con o sin estos capítulos? Todos dijeron que con los capítulos, que agregaban algo importante al libro: otra dimensión.
Eran muy propios. Yo sabía que era yo disfrazado del personaje. Eran como mis artículos en el periódico acerca de fenómenos artísticos. Entonces me sentía… no me sentía muy cómodo. Casi era como una intrusión, una intromisión personal en el libro, pero no era al parecer el punto de vista de estos lectores, y decidí dejarlos.

Editorial Colibrí
Tenía unos 45 años aproximadamente y decía que si algún día quisiera fundar una editorial, ahora es cuando porque después no voy a tener las ganas, la energía, y lo voy a lamentar. No importa si fracasa. La cosa es hacer el intento, hacer el mejor esfuerzo y que por mí no quede. Eso fue hace casi seis años, y aquí estamos todavía con muchas dificultades, muchas dificultades.
Por ejemplo, la distribución de los libros: hay muy pocas librerías en comparación con lo que había hace diez años, en comparación con lo que había hace cinco años.
Ni hablar: en comparación con lo que había hace treinta años cuando yo llegué a México. Era una ciudad llena de librerías; un país lleno de librerías. Ya no. Es muy difícil colocarlos, que la gente los vea, que la gente pueda comprarlos, y eso hace la vida económica de la editorial muy, muy complicada. Pero aquí estamos. Ha sido una experiencia muy valiosa, creo que importante incluso para México, no sólo para mí, y pues seguiremos. Hasta donde se pueda.
- ¿Con qué criterios eliges a los autores que publicas?
Con los míos, básicamente. Claro, tenemos lectores, pero si yo me convenzo de que un libro vale la pena, de que es un libro valioso, que tiene algo que ofrecer, algo que decir, si está disponible, si el autor no pide las perlas de la virgen, económicamente hablando, y si tenemos dinero para editarlo, lo editamos.

11 de septiembre
Recientemente, Sandro Cohen publicó, junto con su esposa Josefina Estrada, el libro De cómo los mexicanos conquistaron Nueva York, un reportaje acerca de la situación de los migrantes mexicanos en esta ciudad. Este libro fue escrito a partir de dos viajes que Cohen y su esposa realizaron antes y después del 11 de septiembre de 2001. Para Sandro Cohen, estos atentados marcaron cambios radicales en la ciudad y en la situación de los indocumentados.
Muy diferente. Antes la comunidad mexicana estaba muy optimista, tenía muchas esperanzas de legalizarse, de que hubiera un acuerdo migratorio importante. Había mucho trabajo, estaba mejorando la posición de los mexicanos migrantes en la ciudad, estaban siendo reconocidos como buenos trabajadores, como gente seria. Todo eso cambió. Mucha gente perdió su trabajo y las reglas de empleo se volvieron muy estrictas. Mucha gente que ya estaba en la clandestinidad, o de plano se fue, o se fue más abajo. Los empleos escasearon y todo se volvió mucho más difícil, mucho más difícil.
La gente se está recuperando pero, vaya, la ciudad todavía no se recupera, el país no se recupera. Es un momento muy difícil no sólo para los mexicanos, pero sobre todo para la gente que no tiene papeles. Los indocumentados no tienen en qué apoyarse. Cada vez es más difícil por la xenofobia que impera en Estados Unidos. Y Nueva York no es una ciudad xenófoba en comparación con muchas otras, pero es algo que impone el gobierno, y es muy difícil darle la vuelta.
Ya es un lugar común decir que todo cambió a partir del 11 de septiembre de 2001, pero es cierto: las leyes cambiaron, la economía cambió, las actitudes hacia el resto del mundo cambiaron. ¿Qué es lo que está igual? No sé. Es muy triste. Yo recuerdo ese día, recuerdo esa mañana… Era un día hermoso con un cielo despejado absolutamente azul. Era un día otoñal, cálido todavía. Estábamos de muy buen humor. Habíamos trabajado mucho. Yo no he vuelto a sentir eso desde entonces. Desde entonces vivimos con una sombra, una espada de Damocles, que siempre amenaza con caer.
- ¿Cómo te enteraste de que se habían caído las torres?
En la televisión. Al principio estábamos viendo los noticieros matutinos mientras me vestía, acababa de bañarme. Había una imagen de una avioneta que había chocado contra una de las torres. No sabían… ni siquiera hablaban todo el tiempo sobre eso: hablaban de otras cosas, volvían, luego seguían. Decían que había sido un avión más grande, que todo estaba bajo control, y así los primeros minutos hasta que llegó el otro. Cuando llegó el otro… ¡ya!, yo ya sabía que el mundo había cambiado porque eso no podía ser más que terrorismo. Ya valió, dije, esto ya valió. Y sí, los peores temores que teníamos se materializaron. Manhattan era ese día como la ciudad de México el día del temblor.
Nosotros estábamos por la calle sesenta y pico en la parte baja de Manhattan. La gente venía caminando. Serían como seis kilómetros a la punta de la isla donde fueron los atentados. La gente estaba blanca, toda ceniza por el colapso y en shock. Igual que en el 85.
- ¿Qué crees que representa la reelección de Bush para Estados Unidos y para México?
Pues un retroceso para la humanidad. Votaron por él por ignorancia y por miedo.
- ¿Miedo a más actos de terrorismo?
Sí, y a lo desconocido.


Poesía y música
Uno lo sabe, uno lo sabe porque le gusta, porque le da placer leer poesía: expresarse en verso, y a lo largo de los años se va haciendo parte de uno.
Empecé leyendo en inglés, y en la prepa empecé a leer en español. Ahora leo también en francés, y es un mundo que uno no va a terminar nunca de descubrir. Es un aprendizaje constante y son muchos los autores con los que me he atravesado, con los que me he formado, desde la Biblia hasta nuestros días. Lo importante no está en los nombres, no guardan ningún secreto porque uno no podría leer a un autor desconocido. No, son todos poetas conocidos y uno podría decir bueno, son los normales, y uno que otro menos conocido. Eso no es lo importante, sino la experiencia del descubrimiento poético.
Es como el descubrimiento de la música: cuando uno se da cuenta de que algo está sucediendo, algo que va más allá de lo que aparenta la superficie de las cosas. Es esta expresión compacta que en muy pocas palabras puede evocar todo un mundo, que puede afectar un estado de ánimo, que puede abrir los ojos de uno. Esto ocurre en el arte, en todas las bellas artes. Lo descubrí muy pronto con la poesía y la música, y lo sigo descubriendo todos los días.
- ¿Qué te apasiona?
Tocar el piano. Tengo poco más de un año estudiando. Siento un enorme placer. Es un desafío, y el premio, por decirlo así, que uno gana al invertir tanto tiempo y esfuerzo en algo así es enorme, enorme y no se compara con nada. Es como la escritura, como la poesía, pero es algo que puede ser compartido simultáneamente. Son muy parecidas. Bueno, hay enormes diferencias pero el fenómeno es muy parecido para mí. La música y la literatura siempre han ido de la mano.
Son dos lenguajes radicalmente diferentes para expresar lo que, para la mayoría de las personas, es inexpresable. Lo que expresan son interioridades muy diferentes, pero son absolutamente complementarias. Para mí la poesía es el medio de expresión más importante, y ahí incluye también la prosa. Sé que no tiene sentido. La escritura, el género que sea, es lo que yo uso para expresarme. Al tocar música permito que el pensamiento de otros pase por mí, y es igualmente fascinante recrear esa pasión, la pasión de otros. Es como leer poesía pero… mucho más, mucho más intenso.

domingo, 20 de mayo de 2007

Montañismo: Una oportunidad de vida

Valor no es la ausencia de miedo, sino la certeza de que existe algo más importante que el miedo.

“Es muy difícil de explicar. Fue un año y medio de estar viendo libros, revistas, las fotos de la montaña y de repente estás ahí. Bueno, no de repente, porque hiciste mucho para llegar, y se te salen las lágrimas de la emoción. A mí me dieron como nervios, ansia, mucha, mucha emoción”. Así describe Arturo Valenzuela su arribo a la cima del Aconcagua, el pico más alto fuera de Asia.
El montañismo ha sido parte de su vida durante 18 años. Empezó cuando “tenía 12 años, en un grupo de montaña que había en mi escuela: la Fundación Mier y Pesado, una escuela lasallista. Los hermanos formaron un grupo de montaña. Íbamos a caminar nada más, o a subir a veces el Izta, el Popo”.
Con el tiempo, Valenzuela empezó a practicar varias clases de escalada, aunque su especialidad es la alta montaña: “Montañismo es una manera de llamar al deporte integralmente, pero hay, por ejemplo, escalada en roca. Ésta se divide en lo que es búlder, que es escalar paredes muy pequeñas, pero de alta dificultad. También hay escalada libre, deportiva, en top road, en hielo, o escalada mixta. Están los ascensionistas, que suben las grandes montañas, las de más altitud”.
-¿Qué es para ti el montañismo?
- Es una oportunidad. Una oportunidad de vida, de ser parte de la naturaleza, de superar tus límites. Es ir a un lugar donde puedo estar conmigo mismo. Nada más.
-¿Lo que más te gusta de este deporte?
- Estar conmigo. Llegar más allá de tus límites. Saber cuáles son y, ya identificados, superarlos. Una y otra vez.
- ¿Qué se necesita para ser montañista?
- Querer serlo. Hay gente gordita, flaca, altos, chaparros. Querer serlo, nada más. Querer estar ahí, enfrentarte a retos muy fuertes y superarlos. Y ser disciplinado.

En México, Arturo Valenzuela ha alcanzado varias cimas: el Popocatépetl, el Iztacihuatl, el Nevado de Toluca y la más alta, el pico de Orizaba, con una altitud de 5,700 metros aproximadamente. Después, sus expectativas se fijaron en una montaña del extranjero: el Aconcagua (6,960 m) en Los Andes argentinos.
“Fue con unos amigos que conocí, un grupo que ya estaba hecho. Tenían planes de ir al extranjero y yo no tenía con quien salir. Planeaba irme a Perú, solo, porque allá se junta mucha gente y consigues con quien escalar. Me invitaron a su proyecto del Aconcagua, empezamos a entrenar y nos tardamos alrededor de un año, año y medio en hacer nuestro proceso de entrenamiento, de convivencia, de estar juntos, de hacernos amigos”.
“Me tardé, entre aclimatación y todo, 15 días en subir y bajar”, comenta el montañista. Perdió 12 kilos en esta expedición. Durante cinco días, sólo comió un litro de sopa, dos puños de fruta seca y tres tiras de jamón serrano. El agua la obtenían de la nieve, pero era necesario ponerle un poco de sal o sabor en polvo, ya que al ser tan pura, no hidrata por sí sola.
En la cima, el reloj de Arturo marcaba como temperatura 32º bajo cero. “Debíamos estar entre los 35 y 37, con todo y viento”. Ahí, cuenta Arturo, “las otras montañas se ven muy pequeñas y en el horizonte ves una línea azul, que es el mar. Tienes un ángulo de visión de 800 kilómetros. Te purificas, sales limpio”.
Además, el montañista asegura que “después de los 5,000 metros, todo es mental. Te das mañas para domar a tu mente, que siempre está en contra tuya, por el frío, la altura…”. Para obtener ese control mental, Valenzuela se ayuda de la introspección, un poco de yoga y literatura. “Es necesario leer mucho. Cuando ya tienes un objetivo, la mayoría de la información que obtienes es de libros, revistas y de boca a boca”.
El montañismo, como todos los deportes, tiene sus dificultades. “Estás normalmente en territorios muy hostiles: frío, viento, altura, paredes verticales… Nunca estás exento de accidentes. Pero es un deporte muy seguro. Son riesgos muy controlados. Si tú trabajas bien con tu equipo, con tu material, no debes tener ningún problema. Puede fallar alguna vez el material, o algún error humano. Hay muchos accidentes: desde torceduras de tobillo a un accidente grave, y gente que muere”.
Recuerda una anécdota durante la expedición al Aconcagua: “En el ascenso, vi a un gringo que iba descendiendo. De repente, se lo llevó el viento. ¡A un hombre de 90 kilos! Se salvó porque se detuvo en el geizer, pero el viento se lo llevó”. Arturo no ha sufrido accidentes: “Nunca. He tenido caídas escalando en roca, pero es algo normal en el deporte: caerte y quedar colgando de la cuerda. Pero un accidente como tal, no”.
El costo del montañismo es también una de sus mayores dificultades. En el caso de la expedición al Aconcagua, cada quien pagó su viaje. Arturo invirtió 25,000 pesos aproximadamente. “Es muy caro, sobre todo por el equipo: la mayor parte viene del extranjero, de Europa”, dice.
Para Valenzuela el financiamiento proviene de otras actividades. “Tengo un negocio de arte gráfico, de diseño, de impresión y artículos publicitarios. Y damos cursos. De repente unos amigos y yo damos cursos de escalada en roca, de media montaña, de alta montaña por la Marquesa, en el Ajusco, en los Dinamos, en el Nevado de Toluca, por el Iztacihuatl”.
Después habla de las condiciones del montañismo en México: “Hay excelentes montañistas porque nacimos en una ciudad muy alta. Entonces no nos es muy difícil acostumbrarnos a la altitud, pero aquí en México el problema principalmente son los medios, que alguien en su trabajo pueda conseguir permiso para irse a una expedición de tres meses, que consigas el dinero porque una expedición de esas (al K2) te sale en 300,000 pesos. En México el principal impedimento son los medios porque hay muy buen nivel, sobre todo en montañistas de altitud”.
- ¿Hay algo que no te guste del montañismo?
- Del deporte, no. De su entorno, sí. Hay muchas grillas en los clubes, acaparan oportunidades. El dueño del club puede conseguir un patrocinio y él lo otorga, pero es más por dedazo y amiguismos. Y tampoco ellos tienen la obligación de conseguir dinero. No hay difusión en México, ni ayuda gubernamental, porque no hay apoyos. Ni siquiera para rescates o cosas así. Ellos pagan su equipo, su transporte y todo. No hay un apoyo ni una difusión. Muchas veces necesitas estar en un club.
Comparado con otros deportes, el montañismo no es muy popular en México: “También las montañas se han deteriorado mucho porque ya va mucha gente a escalar. Respecto al fútbol, por ejemplo, es nada la práctica del montañismo. Pero ya se empieza a ver la afectación en las montañas por la gente que va, que dejan basura, que rayan piedras, que pintan”.
Dentro de los planes de Arturo, sin embargo, podría encontrarse una pequeña contribución a la situación del montañismo en México mediante la formación de un club. “Estoy formando uno, con amigos. Con los cursos que estamos dando. No es un club con un fin de lucro como tal. Es para poder conseguir patrocinios como club, para nosotros, y para la gente que vaya entrando, que está empezando a escalar: que puedan aprender, dar muchos datos, tener mucha literatura acerca del deporte, de técnicas”. La finalidad, dice, es hacer una buena recopilación para sacar buenos montañistas que puedan seguir y lograr patrocinios.
Dar cursos es parte de estos planes. Ellos mismos los imparten y difunden. “Hicimos nuestros manuales para entregarle algo ya escrito a la gente. No es algo que tenga una validez oficial. Es para gente que quiera aprender a escalar, a subir montañas. Nada más”, afirma Arturo.
Además, persiten también sus ambiciones personales, la montaña que más desea escalar: “El Everest todo el mundo lo quiere hacer, pero hay otra montaña que se llama el K2 Chogori (8,611 m). Está en Pakistán y es la segunda más alta en el mundo. De las que miden más de 8,000 metros. Esa es la más difícil y sería mi sueño. Pero hay que ir poco a poco para llegar a eso”.
Y, añade, “tenemos planes el próximo año de irnos a Perú al Alpamayo y el Huascarán. El Alpamayo es una montaña muy bonita, catalogada por la UNESCO (1966), después de un concurso de fotografía, como la montaña más bonita del mundo. Es una pared de hielo de 400 metros de altura. Ya la altitud son como 5,500 o 6,000 metros”.
Así, Arturo Valenzuela expresa sus deseos de seguir conquistando cimas. Confiesa el miedo natural en el montañista a perder la vida escalando, pero en cada una de sus palabras se refleja esa pasión por lo que hace cuando afirma: “Hacer las cosas a pesar del miedo es lo que cuenta”. Porque lo importante, para él, sigue siendo superar sus límites, una y otra vez.